M es adicta a las despedidas.
M aprendió temprano que siempre hay un último día con su último momento y sus últimas palabras, y aunque al principio alejarse le quemara como sopa de bolitas, había conseguido moldear el dolor hasta convertirlo en esperanza.
Así pues, ella siempre estaba preparada para:
-las palabras torpes que se chocan en busca de una salida gloriosa
-y los abrazos largos, que algunas veces queman y otras se quedan en la ropa o en los sueños
-incluso para los besos, cuando parece que nuestra boca es tan nueva y la sentimos tan joven.
Ella sabe muy bien que el momento más difícil sucede justo antes de marcharnos, cuando el espacio-tiempo se colma de absoluta trascendencia. Ingenuos sentimos que no habrá otra oportunidad de ser nuestro mejor yo y entonces forzamos la última sonrisa, la última mirada, en busca de la instantánea que nos convierta en un recuerdo hermoso.
y la última caricia borra las ojeras
y el último beso los pecados.
y a veces, también se olvidan las promesas
M es adicta al giro inevitable.
Los 180º que dividen la nostalgia y el futuro.
Pero sobre toda las cosas, M disfruta del paso firme,
triste, torpe, incierto
pero siempre hacia delante.
pero siempre hacia delante.